Tomado de la mano por un girasol
- Alejandro Forero

- 20 jun 2022
- 3 Min. de lectura
Por: Manuel Alejandro Forero Torres.
"En vano escarba el soñador en sus viejos sueños, como si fueran ceniza en la que busca algún rescoldo para reavivar la fantasía, para recalentar con nuevo fuego su enfriado corazón y resucitar en él una vez más lo que antes había amado tanto, lo que conmovía el alma, lo que enardecía la sangre, lo que arrancaba lágrimas de los ojos y cautivaba con espléndido hechizo".
Hay momentos que solamente podemos vivir una vez en la vida, son como las fotografías, por más que intentemos repetirlas nunca quedarán igual.
Bogotá es una ciudad grande con aproximadamente ocho millones de habitantes, un territorio extenso que rodea el corazón de la urbe capitalina, la vieja Santa Fe.
Testigo de historias de guerra, de magia y de fantasía; visitar el centro de Bogotá será una experiencia única, como esta que marcó mi alma y mi corazón:
Eran las tres de la tarde y me preparaba para encontrarme con un bello girasol, uno que había visto hace mucho tiempo, pero al cual nunca había sido capaz de hablarle.
Era una cita muy importante, lo cual me llevó a pensar, en cómo me tendría que vestir, cómo arreglarme el cabello, y a practicar el monólogo frente al espejo de cómo me tendría que comportar frente a él.
La hora había llegado y él estaba frente a mí, no había cambiado para nada desde la última vez que nos vimos: sus pétalos resplandecían, y la fuerza energética que me transmitió, me llevó a pensar que el tiempo se había detenido, mis problemas habían quedado atrás. Eran asuntos insignificantes, los cuales no podían arruinar esa experiencia mística que estaba viviendo.
Entramos a una vieja librería de estilo republicano, nos perdimos entre los libros y la tertulia que acababa de iniciar. La cerveza estaba fresca y el chocolate se deslizaba por el paladar. Sus tiernas ramas acariciaban una de mis piernas mientras yo estaba perdido en sus ojos, que brillaban como las estrellas en una noche oscura.
Salimos tomados de la mano y caminamos por toda la Carrera Séptima que estaba completamente sola, sin vendedores ambulantes y con tiendas cerradas. Esa misma calle que ha sido testigo de estallidos sociales, desfiles militares y del recorrido de grandes personalidades hacia la Plaza de Bolívar, era la única espectadora de lo que en ese momento estaba ocurriendo.
Unas ligeras gotas comenzaron a caer, mientras yo hablaba de los lugares que lograba identificar narrados en los textos de Mario Mendoza, compañero fiel de noches en vela, y bromeaba diciendo que si camináramos noventa cuadras más llegaríamos al castillo en el que yo había sido prisionero.
El recorrido había finalizado, me despedí de él, besando su frente, mientras uno de sus pétalos se deslizaba por mis labios, y estremecía hasta lo más profundo de mi alma. El olor de su cuello y el sabor de sus besos, quedaron impregnados en mi mente y mi corazón.
Pero nunca supe cómo debía cuidar a un girasol tan bello, qué abono debía utilizar o con cuánta agua debía regarlo para evitar que se marchitara.
Yo no comprendí lo que debía hacer, porque además también me encontraba enfermo, y no podría ser su mejor jardinero.
Decidí alejarme de él porque no quería ser testigo de cómo cada uno de sus pétalos se iban cayendo, y no me volvería a mirar de esa misma forma, y tampoco volvería a apretarme la mano con la misma fuerza como aquella tarde.
Hoy sé que discretamente me mira, sé que está vivo, y extraño su “Holita” a lo largo del día, pero este girasol es el más bello de todos, nunca se marchita, por el contrario, cada día se hace más grande, más fuerte y me alegra mucho verlo feliz.
Sé que ha tenido días difíciles, que hace poco perdió a uno de sus compañeros de mil batallas, y desde acá le digo que siempre podrá contar conmigo, porque una parte de él vivirá siempre en mi corazón.



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