- Alejandro Forero

- 6 may 2022
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 22 may 2022
Por: Manuel Alejandro Forero Torres
"Ahora encontraba espacio para dudar del testimonio de mis sentidos"
No sé cuándo y en qué momento nos conocimos, no sé porqué me buscó a mí, y en qué momento me apretó tan fuerte que no me quiso soltar.
Recuerdo que durante los semestres de la universidad, me esperaba en la puerta del salón y me vigilaba, pero yo no le prestaba mucha atención.
Era en el momento de los parciales, cuando me miraba de frente, y me golpeaba el pecho, se reía de mí, y me perseguía desde que me levantaba hasta que me acostaba.
Después de unos meses, cuando me despedí del bello edificio, ubicado en la calle 80, con mascarilla en la cara, pensé que tal vez nunca nos volveríamos a ver, no había logrado seducirme, y ahora era yo quien me burlaba de ella.
Pero así como el clima lúgubre, y poco predecible de esta ciudad, apareció ella, más fuerte que nunca, gigantesca y llena de poder, me tiró al suelo, me pateó el estómago, y me gritó fuerte, que si yo la había olvidado, ella no me había olvidado a mí.
Y en esa reunión apareció el miedo, me tomó de la cara y me obligó a verla de frente, a decirle que la odiaba y que por favor se alejara de mí.
Nos volvimos enemigos, era una relación tóxica, ambos queríamos hacer nuestra voluntad, y en ese momento comprendí, que era ella quien me estaba dominando a mí.
Me di cuenta que muchas personas se iban alejando silenciosamente de mí, por verme al lado de ella, se asustaban y preferían hacerse a un lado, y tomar distancia, por el miedo que les producía lo que ella me podría hacer.
Me había quedado solo, en un callejón sin salida y ella era mi única compañía, respire profundo, levanté la cabeza y la volví a mirar a los ojos. Y ella se fue haciendo cada vez más pequeña, la abracé, le pedí perdón, y le dije que si estaba comprometido con ella, no tenía porqué presentarme, a su amiga la tristeza.
Salimos a caminar, y ella me dijo que todo lo que había hecho durante este tiempo, lo hacía para cuidarme, pero tal vez había sido yo, quien no había querido escucharla, el que la despreciaba y la miraba como un enemigo.
Pero ahora que yo había logrado entenderla, su misión estaba cumplida, porque me di cuenta que siempre que ella me estaba mirando, era porque yo estaba en peligro y ella solo quería ayudarme.
Me acompañó hasta la puerta de mi casa, me dijo que se iba, pero que volvería, todas las veces que fuera necesario, que no le tuviera miedo, que no la rechazara, sino que simplemente reconociera el trabajo que ella quería hacer para protegerme.



















